PRÓLOGO
EL AMOR EN LAS MANOS
DE CARMEN SALAS DEL RÍO
Prologar un libro con este título “el amor en las manos” es la antesala de la emoción, una declaración de intenciones que nuestra poeta, Carmen Salas del Río nos muestra a corazón abierto. Han pasado muchas serendipias desde que el primer poema de este libro tomó cuerpo; algunas “en sepia” otras en blanco y negro y, no pueden faltar aquellas que nos iluminan el caminar cotidiano, con un colorido tan extraordinario que nuestra “piel desnuda” no necesita de ungüentos, ni alfareros de risas.
Los misterios del universo sobre el césped esparcidos y nosotras dos, con la esperanza intacta y un desgarro de auroras que nos ilumina cada amanecer. Contemplando y aceptando este mundo y sus gentes, así lo cuenta Carmen, a jirones de amor y lágrimas, atenta a todo lo que sucede en derredor para regalarnos estos tesoros literarios, que tú —querido lector— te dispones a degustar.
Carmen, vive contando en sus poemas; la gloria y el infierno, el gozo y la pena, la humildad y el ego, la admiración y la envidia, amando a gentes sencillas como ella, que abrazan el mundo con luminosos suspiros, siendo consciente que hasta de los lirios del campo se multiplican sin esfuerzo.
“A menudo un pájaro” se apodera de esta poeta, extiende sus “alas” sin miedo, desata su “lengua caprichosa” en forma de metáfora, o simplemente nos brinda un retrato del cuerpo que goza y ama con el “corazón en las manos”. Entonces, la magia despierta y nuestra mente vuela exquisitamente a la niñez, al “olor de su madre” de nombre Gloria y Nicolás —su padre— ellos emprendieron la primera lección de amor para Carmen. Eran sus padres, de los dos, aprendió muchas cosas; el valor de la palabra, el esfuerzo por conseguir las metas trazadas y rechazar los delirios de amar las sombras, porque Cádiz, su tierra natal, es la cuna de la luz y la sal. En los primeros besos de su madre ya bordó la mujer que hoy es —sin darse apenas cuenta—, mientras hilaba su ajuar en sábanas de lino; puras, intactas, blanquísimas para trazar en ellas su ilusionante futuro.
A veces, ésta que prologa, la mira detenidamente a los ojos y, es ahí, dónde encuentro aquella niña —que por suerte— sigue viva en ella; cariñosa y sonriente, rebelde y contestona, generosa y cauta, confiada y atenta, es una mujer de “savia y esencia” adquirida, cubierta de nácares que la protegen y con una mano segura que cincela en cada poema toda la emoción de su alma.
Aprendió a “quererse” demasiado tarde, ya que siempre estuvo entretenida en amar a los demás, hasta que un día, detrás de los cristales empañados por tantas lágrimas, descubrió un “concierto en el alféizar”. Era un ruiseñor de plumaje perfecto, un ave estilizada de pico fino y cola muy larga. Su color ocráceo le recordaba los colores del otoño y el crujir de las hojas bajo sus pies, en esos paseos interminables, en los que sentía una terrible soledad y entonces, descubrió que ella también silbaba una “balada para los árboles solitarios” con su pluma, en ese caminar que acostumbraba a llamar vida. Fue, en ese mismo instante, cuando su “búnker de desaliento” desapareció, encontró al fin su libertad, y con ella, un edificio de altura interminable, que conducía directamente hacia la luz.
Aprendió en su camino el valor de la palabra amiga, podría llamarse “Magda”, podría llamarse de cualquier otra forma, el caso es que “fueron cautivos sus silencios/que despojaban las rosas del alma” y descubrió también, que con el roce de otra piel amada las espinas desaparecían y todo lo estéril de pronto se convertía en fecundo en su corazón.
Y ahora, camina siempre avanzando hacia el amor; apartándose de las ciénagas morales, que sólo debilitan el pentagrama de su sonrisa y el color azul cielo de sus alas. Ya no permite que nadie necrose su vuelo y mucho menos que amordacen “la luz que descubre puertas en su mente” siempre su hermosa aura diligente y esa sonrisa eterna en su rostro.
Dispuesta a consolidar su destreza vital; con un voraz apetito hacia todo lo que toca, mira, escucha, huele o saborea, con los cinco sentidos de una mujer totalmente despierta.
Ella sabe que durante décadas, escuchó a los niños que sufrían, les brindó lugares mágicos de cuento dónde refugiarse y salvó a cuantos pudo del terror de la ignorancia. Aquel galeón de sus sueños de maestra estaba cargado de generosidad y cariño y así, hoy camina con todas las sonrisas de tantos niños abrigando su cuello.
A Carmen las “indignidades” le corroen por dentro, porque es totalmente consciente y nos revela mucho de lo que aprendió en su camino en apenas unos versos: “la urgencia por llegar a una cima/el sabor de estar en la cresta más alta/y a partir de ahí resbalar sin cesar/caer como cae la lluvia/de la nube más alta”.
A salvo del vacío, Carmen nos regala en este poemario el conocimiento de lo aprendido y nos brinda en forma de amor, con sus manos abiertas, lo único que nadie nos puede robar, el conocimiento.
Marijose Muñoz Rubio