Todas las palabras deberían caber en una caja. Eso pensaba Elda mientras caminaba hacia la tienda de chinos que había detrás de su casa, para comprar una caja. Quería una caja grande para que le cupieran todas las palabras que ella conocía; esas palabras estaban todas en su diccionario, un diccionario que había sido de su padre y ahora ella usaba siempre que lo necesitaba. A Elda le gustaba escribir y tenía mucha imaginación, por eso siempre le faltaban palabras en sus escritos, su padre le había dicho que aparte de los nexos, preposiciones, pronombres, los nombres propios y algunos nombres comunes, las demás palabras no las repitiera, porque ello le restaba calidad al escrito y terminaría por aburrir al lector.
Decidió comprar una caja y hacerle compartimentos, para cortar las palabras que más le gustaran del diccionario de su padre e irlas poniendo cada una en su lugar; así, cuando escribiera, iría cogiendo de la caja las palabras que utilizaba y no volvería a repetirlas.
En la tienda de chinos encontró muchas cajas de todos los tamaños y colores, todas cuadradas. Mientras elegía tamaño y color, vio una caja triangular transparente. ¡Cómo le gustó esa caja! Hasta el tamaño le pareció adecuado y original hacerle compartimentos triangulares.
Llegó a su casa y comenzó su trabajo con plásticos transparentes. Cortó las palabras del diccionario y fue poniendo cada una en su sitio, los adjetivos, los adverbios, los verbos, nombres… todo estaba preparado.
Elda comenzó su escrito con sus palabras favoritas, precisamente las que no podría repetir, pero no se dio cuenta de una cosa, se había olvidado de las palabras sinónimas, a las que acudir para nombrar lo mismo, pero sin repetir. No sabía cómo arreglar su problema de falta de palabras, ahora tampoco tenía diccionario al que acudir. Lo había recortado entero.
Recortando unas palabras, destruyó otras que también hacían falta aunque no fueran favoritas.
Volvió a preguntarle a su padre pidiéndole ayuda. Este la llevó a una librería cercana y le compró otro diccionario. De camino, le dio una lección gramatical y otra de ética: le explicó qué eran las palabras sinónimas y para qué servían y que los libros, fueran o no diccionarios, no se cortaban, porque podían servir para muchas otras veces que los necesitáramos.
Fue así como Elda aprendió a escribir mejor, y a cuidar cualquier libro que cayera en sus manos.
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