Deja que te cuente
Antologías de relatos

Deja que te cuente...

RELATARIO

– CREATIVOS ENREDADOS –

Con motivo del segundo aniversario de Creativos enredados, y tras la buena acogida de nuestros anteriores relatarios Te lo cuento en doscientas palabras Cuéntame lo que pasó, nos atrevemos con este tercero al que hemos puesto por título Deja que te cuente…

Creativos enredados es el grupo que nació en esos meses de 2020 en los que, por fuerza mayor, tuvimos que permanecer tantas horas en casa. Decidimos escribir para que el tiempo pasara más deprisa y, al mismo tiempo, colaborar con nuestras publicaciones con el Banco de Alimentos de Castellón.

A quienes tan solidariamente apoyáis todos nuestros proyectos, gracias.

Aliar ediciones.

 

La caja triangular

Carmen Salas del Río

Todas las palabras deberían caber en una caja. Eso pensaba Elda mientras caminaba hacia la tienda de chinos que había detrás de su casa, para comprar una caja. Quería una caja grande para que le cupieran todas las palabras que ella conocía; esas palabras estaban todas en su diccionario, un diccionario que había sido de su padre y ahora ella usaba siempre que lo necesitaba. A Elda le gustaba escribir y tenía mucha imaginación, por eso siempre le faltaban palabras en sus escritos, su padre le había dicho que aparte de los nexos, preposiciones, pronombres, los nombres propios y algunos nombres comunes, las demás palabras no las repitiera, porque ello le restaba calidad al escrito y terminaría por aburrir al lector.

            Decidió comprar una caja y hacerle compartimentos, para cortar las palabras que más le gustaran del diccionario de su padre e irlas poniendo cada una en su lugar; así, cuando escribiera, iría cogiendo de la caja las palabras que utilizaba y no volvería a repetirlas.

            En la tienda de chinos encontró muchas cajas de todos los tamaños y colores, todas cuadradas. Mientras elegía tamaño y color, vio una caja triangular transparente. ¡Cómo le gustó esa caja! Hasta el tamaño le pareció adecuado y original hacerle compartimentos triangulares.

            Llegó a su casa y comenzó su trabajo con plásticos transparentes. Cortó las palabras del diccionario y fue poniendo cada una en su sitio, los adjetivos, los adverbios, los verbos, nombres… todo estaba preparado.

            Elda comenzó su escrito con sus palabras favoritas, precisamente las que no podría repetir, pero no se dio cuenta de una cosa, se había olvidado de las palabras sinónimas, a las que acudir para nombrar lo mismo, pero sin repetir. No sabía cómo arreglar su problema de falta de palabras, ahora tampoco tenía diccionario al que acudir. Lo había recortado entero.

            Recortando unas palabras, destruyó otras que también hacían falta aunque no fueran favoritas.

            Volvió a preguntarle a su padre pidiéndole ayuda. Este la llevó a una librería cercana y le compró otro diccionario. De camino, le dio una lección gramatical y otra de ética: le explicó qué eran las palabras sinónimas y para qué servían y que los libros, fueran o no diccionarios, no se cortaban, porque podían servir para muchas otras veces que los necesitáramos.

            Fue así como Elda aprendió a escribir mejor, y a cuidar cualquier libro que cayera en sus manos.

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»El beso» de Gustav Klimt

Carmen Salas del Río

Era su tercer año de trabajo como restauradora en la Galería Belvedere, importante museo de arte situado en el Palacio Belvedere en Viena, Austria. También era la mejor en su género.
Andaba pensativa en cuál sería su próxima pieza a restaurar, cuando su jefe la llamó al despacho para comunicarle que la había elegido a ella como directora de restauración del famoso cuadro EL BESO, de Gustav Klimt. El corazón de Katherin Karrenbauer comenzó a latir acelerado, tanto que se mareó, tuvo que sentarse y disimular su agitación. Siempre, después de conocer el cuadro, pensaba que ese beso evocaba un conflicto en la pareja protagonista, ella arrodillada mientras él la sometía con fuerza sujetándole la cara. No le gustaba verlo y lo evitaba, pero… ¿por qué?

Temía precisamente que le asignaran aquel cuadro, porque en su matrimonio se daba la dualidad amor-sometimiento y ese cuadro se lo recordaba continuamente. La ubicación de su taller le hacía pasar delante de EL BESO, diariamente y no una, sino varias veces.

Cuando lo llevaron para comenzar su restauración, fue un mal trago para Katherin. La imagen, con los pies de ella atados aún siendo ataduras con piedras preciosas, le evocó multiplicado el paralelismo de su propia cotidianeidad.

Con premura comenzaron los preparativos para el proceso, ella totalmente en shock deambulaba entre sus ayudantes sin saber ni a dónde iba ni lo que cogía para el comienzo, la mirada perdida entre el cuadro y sus propios pensamientos. Sorpresivamente se vio sola en el taller, sin ayudantes; volvió la cabeza a todos lados, sólo para observar que su jefe se encontraba delante de la puerta del taller, con las llaves en la mano. Como el canalla que era. No le falló su intuición.

De repente todo en su cuerpo se le revolvió, fomentando su fobia ante la situación que su mente tradujo definitivamente desde su propia casa, hasta su mismo centro de trabajo: ya era un sometimiento continuo, cuyo final estaba por resolverse. Comenzó a fraguar su huida, no podía ser de otro modo. Él no le claría nunca más “el beso”, su dañino beso, ni jamás volvería cada vez, a atarla por los tobillos con piedras preciosas.

Su jefe, era su propio marido.

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