Al fin, el cabo

Primeros de septiembre y al fin.estaba allí.

Luminoso y nítido. Recupero
la joya de sus arenas, el agua
tejiendo ligeras ondas sobre ellas,
caracolas de nácar inundaban
con su arrullo, el aire que inhalaba

y aspiraba deseosa el olor,
la piel salitre en sus casas de cal.

El cambio en un instante
mutó la mirada y mi sombra estática,
lugar de inspiración,
espacio de la paz
donde la brisa y yo nos relajamos
y la lluvia descarga
palabras en color,

el céfiro me arropa
y me llena de luz
de imágenes cargada,
mi mirada lejana hacia sus aguas,

usurpo su grandeza
de universo extasiada.

Regreso a mi casa y mis rutinas,

poseída mi alma de la viveza
de las aves, corriendo
por mis venas el hálito febril
de la poesía.