Antologías

Antología Verso Abierto Relatos Singulares Vol. I

Esta Antología contiene una selección de relatos de 38 escritores vivos del panorama nacional actual cuyos autores, entre veinteañeros y septuagenarios, dan rienda suelta a su talento narrativo para transportarnos seductoramente entre los contornos de su imaginación. Disfruta del vuelo, querido lector.

Mujeres al margen

Salió temprano para trabajar. No había desayunado, entró en la cafetería a tomar un café cargado para despejarse, aquella noche no pudo dormir y prefirió levantarse tan pronto como asomó el alba. Quería pensar con claridad qué debía hacer.

Adriana había logrado el primero de sus objetivos: conseguir un trabajo acorde con su formación universitaria y el siguiente paso lo daría pronto: independizarse. Había estado viendo por internet pisos cerca de su trabajo, así evitaría hacer uso del metro y autobús, ahorraría más y no tendría que madrugar tanto. Durante un tiempo viviría alquilada. El suficiente para reunir el dinero y pagar la entrada de su propia casa.

En unos cuantos meses, pudo alquilar un piso cerca del trabajo. Con el dinero ganado lo amuebló a su gusto, minimalista, pero sin que le faltara detalle que fuera imprescindible para su comodidad, lo había convertido en un vergel de azules y verdes con bellas plantas y flores que cuidaba con esmero. Comenzó a disfrutar de su espacio sola.

Su horario de trabajo le permitió matricularse en la universidad. Empresariales, carrera en la que alcanzaría niveles de información y habilidades financieras, para poder montar su propio negocio con buenas garantías.

No se relacionaba con sus compañeros de trabajo, todos hombres, no quería estorbos en la meta que se había fijado. Contactaba con compañeras de estudios y compartían ayudas e ideas, alguna salida algún fin de semana y tertulias para profundizar en el aprendizaje de estrategias para el mundo de los negocios. Sus contactos con hombres era mínimo, no aceptaba ningún cumplido de sus compañeros de trabajo ni de universidad.

Su vida solitaria le satisfacía, era feliz con las etapas que se había marcado años atrás, cuando tenía que soportar las peleas y las voces de sus padres, que se llevaban mal. Adriana, sufría lo indecible y odiaba cada una de aquellas peleas que había tenido que presenciar. Ahora veía a sus padres de vez en cuando, fuera de aquella casa donde hasta las paredes parecían vocear como un eco que llegaba hasta ella.

En su casa no había televisión ni radio, sólo su móvil para sus escasas comunicaciones, que se reducían a unas cuantas compañeras de estudios. Adriana se había convertido en toda una misógina.

En el trabajo seguía al margen de los hombres. Un día, un compañero, Felipe, comenzó a rondarla asiduamente. Educado, le ofrecía un café, unas galletas, un poco de conversación. Al principio lo soportaba con apenas una sonrisa, un gesto y nada más. Pero Felipe no cejaba en su empeño por entablar una amistad con Adriana y después esperaba convertirla en su novia, porque Adriana le gustaba mucho como mujer. Sus encuentros con ella los fue haciendo asiduos, mientras que Adriana lo consideraba un pesado. No quería herirle, pero tampoco que la atosigara con sus propuestas. Se cansaba cada vez más, le fastidiaba su falta de consideración al saltarse sus ruegos de que la dejara en paz, de que le pidiera su número de teléfono. Esta pesadilla que ya consideraba un acoso, le hizo tomar una determinación. En ésas estaba cuando llamó por teléfono a una de sus tres amigas de la universidad, que vivían solas como ella, que no necesitaban a ningún hombre para llenar sus vidas, y que tal como ella, eran unas empedernidas misóginas:

Hola Irene, estaba pensando en vosotras. Me gustaría que habláramos alrededor de una mesa con buenas viandas y un buen tinto. Este fin de semana nos olvidaremos de trabajo y estudios, y brindaremos por una decisión muy importante que os quiero confiar.

Llamaré a Julia y Sandra y si te parece bien quedaremos en tu casa el sábado para almorzar. De lo demás también me encargo yo.

Bien. Hasta el sábado.

La semana siguiente, Adriana, lejos de parecer enfadada, le propuso a Felipe que almorzara con ella el domingo para hablar tranquilos, con la condición de que lo mantuviera en secreto, de momento. Felipe aceptó encantado. Se le hizo largo el tiempo , el viernes ni se dio cuenta que salió del trabajo sin su móvil. El domingo a la hora convenida, llamaba a la puerta donde vivía Adriana. Ésta abrió y le recibió una comitiva de cuatro mujeres con cara de pocos amigos.

Felipe no lo esperaba, pero mantuvo el tipo. Departieron charla y una copa de tinto, hasta que éste se desvaneció en el sofá. Las cuatro mujeres se pusieron en acción.

Desde la planta baja donde vivía Adriana, bajaron a un sótano que utilizaba como despensa. Con el tiempo, Adriana había descubierto unas rendijas en el suelo de gres que cubría el hormigón. Rascando sin mucho esfuerzo localizó cuatro losas que, unidas, cubrían una abertura: era un pozo ciego que habían tapado cuidadosamente. Allí echaron el cuerpo sin vida de Felipe a reunirse con su móvil.

El lunes Felipe no apareció a trabajar, su familia lo echó de menos desde por la mañana, no había dormido en su cama. Dieron parte a la policía y se comenzó una búsqueda inmediatamente. Su móvil no daba señales.

Tres años después, Adriana convenció a su casero para que le vendiera el bajo donde vivía.

Felipe siguió desaparecido.

Compra cultura, compra poesía.